domingo, 28 de octubre de 2012

"Diseñar una naranja"


Se pregunta Bruno Munari en El arte como oficio si puede establecerse un paralelo entre los objetos proyectados por el diseñador y los producidos por la naturaleza; razonando sobre algunos objetos de la naturaleza —por ejemplo, una naranja— en el idioma del diseño se pueden descubrir cosas interesantes:

El objeto está formado por una serie de continentes modulados en forma de tajada, dispuestos circularmente en torno a un eje central vertical, al cual cada elemento apoya su lado rectilíneo mientras que todos los lados curvos, vueltos hacia el exterior producen, en el conjunto, una suerte de esfera. El conjunto de estas tajadas o gajos está envuelto en un embalaje bien caracterizado, tanto desde el punto de vista de la materia como el color: bastante duro en la superficie externa y revestido con un acolchado mórbido interior, de protección entre el exterior y el conjunto de los continentes.

Todo el material es de una misma naturaleza en su origen, pero se diferencia oportunamente en cuanto a la función. Cada continente, a su vez, está formado por una película plástica, suficiente para contener el jugo pero bastante maniobrable en la descomposición de la forma total. Cada gajo se mantiene unido por un adhesivo muy débil.

El embalaje, cual hoy se hace, no ha de devolverse al fabricante, sino que se puede tirar. Cada gajo tiene exactamente la forma de la disposición de los dientes en la boca humana, por lo cual, una vez extraído del embalaje, puede apoyarse entre los dientes y, con una ligera presión, romperlo y extraer su jugo. Los gajos contienen, además del jugo, pequeñas semillas de la misma planta que engendró el fruto: un pequeño homenaje que la producción ofrece al consumidor en el caso de que éste quisiera tener una producción personal de tales objetos. Obsérvese el desinterés económico de semejante idea, y, por el contrario, la ligazón psicológica que se forma entre consumo y producción: nadie, o muy pocos, se pondrán a sembrar naranjas, pero el ofrecimiento de esta concesión, altamente altruista, la idea de poderlo hacer, libera al consumidor del complejo de castración y establece una relación de confianza autónoma recíproca.

La naranja, por esto, en un objeto casi perfecto en el que se encuentra la absoluta coherencia entre forma, función y consumo. También el color es exacto; azul sería enteramente equivocado. La única concesión decorativa, si así puede decirse, es la búsqueda «matérica» de la superficie del embalaje, tratada como «piel de naranja». Acaso para recordar la pulpa interna de los gajos. A veces, un mínimo de decoración, perfectamente justificado, puede ser admitido.